Te recuerdo Víctor
Ayer se cumplieron 33 años del asesinato de Víctor Jara -cantautor, director teatral, hombre de la revolución y un tipo humilde y pacífico ante todo- , a manos de los esbirros de Augusto Pinochet. El general, amparado por la CIA y por un personaje tan siniestro como Henry Kissinger (que, ironías del destino, sería premiado con el Premio Nobel de la Paz tiempo después), desencadenó con su sanguinario golpe de estado la muerte, además, de dos de los personajes más notables del Chile de entonces: Salvador Allende se suicidó en su despacho (?) antes de ser capturado por los traidores, y Pablo Neruda murió 12 días después; su casa fue saqueada, sus libros quemados, y su entierro se desarrolló con la constante presencia de soldados armados con ametralladoras.
Víctor, una de las caras más conocidas de aquel pujante Chile libre, fue apresado aquel 11 de septiembre (otra ironía del destino) por los militares sublevados, y fue encerrado, junto a varios miles de personas, en el Estadio Nacional de Chile -hoy Estadio Víctor Jara-, donde escribió su último poema :
Somos cinco mil
Somos cinco mil.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Sólo aquí,
diez mil manos que siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad,
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podía golpear a un ser humano.
Los otros cuatros quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío.
Otro, golpeándose la cabeza contra el muro.
Pero todos, con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera.
Sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto, tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatros murallas sólo existe un número,
que no progresa,
que lentamente querrá más muerte.
Pero de pronto me golpea la conciencia.
Y veo esta marea sin latido.
Pero con el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona.
Lleno de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Que griten esta ignominia!
Somos diez mil manos menos
que no producen.
¿Cuántos somos en toda la Patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que las bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
¡Canto, qué mal me sales
cuando tengo que cantar espanto!
Espanto como el que vivo,
como el que muero, espanto,
de verme entre tantos y tantos.
Momentos del infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que veo, nunca vi
Lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento.
El resto de la historia la conocéis todos: el culpable de la masacre espera la muerte apaciblemente en su casa de Santiago. Por todo ello, este es un merecido homenaje que le rinde la República al icono de la Nueva Canción Chilena.
Etiquetas: Comandancia de las fuerzas terrestres, Literatura, Música
0 Comentarios, objeciones y controversias:
Publicar un comentario
<< Home